La vida social de los afiches se asemeja a la del teatro.

Por su parte, el teatro es visto como relación, donde uno siempre está con otros, compañeros o espectadores. El teatro es tensión con el presente, es un arte del presente porque lo efímero o etéreo de su vida depende de ese instante de credibilidad que el espectador está dispuesto a depositar en la obra.

El teatro necesita la atención del espectador en un tiempo acotado, es decir, que el espectador se deje guiar por la obra, por la historia que se narra. Esto genera que esa magia de estar absorto en lo teatral siempre pueda ser rota. Esta relación no da seguridad ni puede ser dominada porque la realidad, desde alguien que tose o que habla, puede aparecer destrozando la magia que se había creado. Esa fragilidad y el esfuerzo que la gente de teatro y el espectador depositan por sostener la credibilidad y el encanto de la obra es lo que caracteriza a este arte. 

 

También la idea del teatro puede ser entendida como un espacio intermedio (in-between), donde se produce una articulación transformadora entre el escenario y el espectador. Esa transformación es fruto de la exploración que el espectador hace por las posibilidades que el teatro le plantea. Una exploración por los temas, gestos y acciones que se representan, por los mensajes que la obra deja y hasta por los ejemplos de vidas posibles de esos actores que uno ve a la distancia.

 

Algo similar sucede con la materialidad del lugar donde se actúa, del edificio del teatro. En este sentido, el teatro requiere de una geografía y una visibilidad en el territorio de vida del espectador. Requiere de una localización física dentro de su medio, que hace que ese teatro sea parte del mapa mental de las cosas significativas de su vida. Un mapa que se puede recorrer o no pero que está, que es real, que uno siempre puede volver por ese camino que lleva al teatro en busca de articular nuevos mundos y exploraciones.

 

A los afiches les sucede bastante de lo mismo:

Un afiche también es una relación con sentido si hay un otro que lo contempla. Por eso un afiche necesita imperiosamente del involucrarse y de la credibilidad del espectador para poder expresarse. Necesita que el espectador se detenga a contemplarlo y a entenderlo, a encontrar el sentido de lo que está impreso en ese papel. Así el afiche también necesita crear un instante mágico para entrar en la vida de quien lo mire.

 

Un afiche marca el territorio de vida del espectador. El afiche, su tema y quien encarna a ese tema marcan su camino y se entrometen en el mundo del paseante con su presencia, su argumento, su mirada o su hablar. El afiche también es real, ya que aunque pueda ser roto o tapado, él deja el testimonio y huellas de su existencia física en esa pared o cartelera o desde sus cenizas.

Como balance, tanto el teatro como el afiche son frágiles, pero tanto el teatro como el afiche pueden lograr ser mágicos.

 

©Sebastian Guerrini, 2009