Supongamos que usted es un alma y que desea estar en la tierra para nadar en el agua, oler las flores, escuchar música, tocar la arena y compartir su tiempo con los seres humanos. Entonces, de pronto se dará cuenta de que para cumplir su sueño necesitará un cuerpo.
Por lo tanto, usted le pedirá a la Madre Naturaleza un cuerpo. Ella le ofrecerá varios: un cuerpo de un hombre alto o bajo, de piel blanca u oscura, con o sin grandes músculos, pelo negro, castaño o rubio y otras opciones para cada parte del mismo. Pero tal vez a usted no le interese ninguno en particular y rechace todos esos cuerpos, porque lo que solo desea es tener un cuerpo y no uno en particular: no le importa ser alto o delgado, solo ser en la tierra.
Como respuesta, la Madre Naturaleza podrá ofrecerle el cuerpo más común de la gente en la tierra: uno con pelo castaño, 1,60 metros de altura, pero no. Usted también lo rechazará porque su objetivo es simplemente tener un cuerpo, no un cuerpo popular, normal o específico, no una caracterización. En consecuencia, se encontrará que la Naturaleza no tiene una respuesta para usted, porque no es posible tener un cuerpo sin rasgos, sin una imagen determinada, sin ninguna diferencia, sin definir la pertenencia a algo y la exclusión de otra cosa.
Con esto en mente, finalmente decide elegir un cuerpo cualquiera y logra llegar a la tierra. ¿Qué sucede a partir de ello?
Desde entonces, es posible que las personas se refieran a usted como si usted proviniera de un cierto grupo de personas, similares a las que poseen cuerpos como el suyo. Así, para bien o para mal, gente que no conoce su esencia pretenderá definirlo y clasificarlo socialmente.
En paralelo, Usted debió pedirle a la Madre Naturaleza llegar a la tierra. La Madre Naturaleza le pide que elija un lugar específico, solo la tierra no es suficiente respuesta para ella. Al igual que con la última pregunta, Usted solicita no llegar ni pertenecer a ningún lugar en particular, sólo pertenecer a las personas que viven en la tierra, ser un ciudadano del mundo. Que se cumpla.
Pero al intentar decender en un lugar de la tierra los representantes de ese país le demandan su pasaporte, un país de nacimiento que asegure que usted nació allí y por lo tanto, que existe. Si no les responde a esos agentes tendrá que tener cuidado porque podrá ser detenido y llevado a un campo de reclusión.
En estos ejemplos vemos que en una primera instancia la sociedad define nuestra identidad no por nuestra esencia, no por lo que somos o creemos ser, no por nuestra bondad o capacidad, sino por los ojos de sus prejuicios. De esta manera podemos pensar que la primera forma en que la identidad socialmente es definida es a partir de la significación de su imagen por parte de un otro, aunque el exterior pueda ser diferente de la esencia íntima de esa identidad. Como afirma Barthes, “una persona sólo puede significar mediante la adopción de una máscara» (Barthes, 1982: 77).
Además, nuestra existencia en la tierra parece requerir de la pertenencia a una organización que certifique lo que somos. Una nación, una religión, una familia, un club, un partido político o cualquier otro grupo creíble que nos distinga de una supuesta nada, y que también nos haga ser algo socialmente comprensible.
Como hemos visto, a todo ser se le requiere una relación con algo para ocupar un lugar en este mundo. Por lo tanto, las preguntas sobre identidades generan respuestas que inevitablemente responden a redes de relaciones necesarias para ser en sociedad: el argentino, el alto, el padre, el moreno, etc.
Esas redes están estructuradas por ausencias y presencias que clasifican a la persona en relación con algo, dividiendo al ser por aspectos o en el mejor de los casos por personalidad, pero inicialmente siempre hablando y cristalizando una parte de la identidad de la persona.
Sin embargo, la identificación social es solo el primer paso de la vida de la identidad: nuestro lugar de nacimiento, herencias o creencias que nos diferencian, podrán llegar a doblegarse o no ante nuestro deseo de ser lo que nuestra esencia quiera ser en sociedad.
© Sebastian Guerrini, 2011