Se puede pensar que una identidad visual no es más que un golpe de color dentro de un espacio en blanco, un trazo, un rasgo, un detalle, que diferencia a alguien o algo del resto de las otras marcas dentro del universo de las marcas.

También una marca puede ser pensada como un intento de romper con la anomia, un intento de evitar que se pierda nuestra identidad visual en la masa gris de la multitud indistinguible e impersonal de las marcas. Esto es así porque en un mundo gris, la única manera de que el reconocimiento sea ganado es a través de asumir un color, de marcarnos con él.

Sin embargo, ese asumir de la identidad visual es completamente relativo, ya que define lo que algo es mediante la proyección de sus características dentro de los parámetros sociales establecidos por sus espectadores. En última instancia, algo sólo puede ser llamado «frío» o «grande» en relación con algo que sus espectadores así lo consideren. En otras palabras, algo sólo puede ser frío o grande si existe algo que por su parte sea definido como caliente o pequeño. Como dice el refrán: «En la tierra de los ciegos, el tuerto es rey».

Tomemos el ejemplo del análisis de la letra manuscrita:
En Grafología, se define a la persona que se analiza a partir de comparar su letra con un parámetro válido similar a la clásica escritura que la maestra de la escuela primaria enseña. A continuación, el grafólogo compara nuestra escritura y busca encontrar las diferencias de nuestra letra con la letra de la genérica maestra para así llevar a la luz todo lo expresivo, todo el color de nuestra identidad para de este modo diferenciar nuestra escritura e identidad de otras.

De esta manera, el grafólogo usará las anomalías y gestos de nuestra escritura para definir nuestra personalidad. En consecuencia, la persona en cuestión, en este caso nosotros, seremos definidos por las imágenes (o marcas) que escribamos con nuestro puño y letra.
Lo notable de esto es que incluso esa definición del grafólogo podrá tener estatuto legal, es decir que esa marca podrá ser una prueba a favor o en contra nuestra en un eventual juicio sobre nuestra personalidad.

Utilizando este ejemplo, podemos deducir que algo similar ocurre con todas las identidades visuales, las cuales inicialmente siempre serán segmentadas, clasificadas y ordenadas por sus espectadores de acuerdo a sus propios parámetros.

© Sebastián Guerrini, 2010