La idea de la identidad basada en la definición de uno como portador de una esencia propia e irreductible, supone de particularidades o características fijas y objetivas. Es decir, de algo único e inamovible.

Ahora, si fuera posible pensar al ser no solo como producto de atributos innatos sino como fruto de un proceso, esto nos llevaría a pensar que la existencia de ese ser se incubaría dentro de su vida en sociedad. Pero para llegar a esto, primero deberíamos separar el concepto de identidad del de identificación. Identificación entendida como el proceso mediante el cual se asume una imagen como propia, donde la persona se reconoce en esa imagen (Lacan), o incluso entendiendo a la identificación como tomar un atributo que pertenece a otra persona como si nos perteneciese (Freud).

En consecuencia, si seguimos la lógica de la identificación, en vez de creer en identidades pétreas estaríamos entrando en un terreno blando de toma y daca de imágenes. Un terreno no neutral, un campo activo de toma y rechazo de diferencias y atributos. Un espacio de comparaciones y conflictos entre grupos dinámicos de pertenencia que transforman los objetivos y la forma de ver y verse de los participantes.

En este caso, ahora la identidad puede ser vista sólo como un momento transitorio en el proceso de la diferencia, un momento de fragmentación de la persona en relación con un algo, de identificarse con alguna diferencia.

Pero, ¿Qué es esta diferencia? La diferencia es simplemente la clasificación. Es decir, el proceso de selección y clasificación que define de lo que hablamos, lo que pensamos, lo que se debe hacer o sentir, ya que para todo esto se depende de la selección de un determinado sistema de clasificación y no otro.

Por ejemplo pensemos en la lógica de los museos. El primer museo se crea en Florencia en el año 1500, allí, las cosas fueron clasificados con los métodos disponibles en esa época: donde objetos que estaban separados por una distancia de miles o millones de años fueron categorizados como similares. Donde un hueso de dinosaurio y de elefante compartían un mismo espacio de significación. Sin embargo, esta dinámica continúa hoy en día donde los museos siguen ordenando y exhibiendo objetos de acuerdo a su supuesta pertenencia. Una pertenencia definida por los mismos prejuicios circunstanciales que había en la vieja Florencia. Pertenencias, prejuicios y lógicas que se basan con buena o mala voluntad en  el interés de separar lo diferente. Todo esto nos hace llegar a que hablar diferencia es hablar también del significado social de la identidad.

Tomemos otro ejemplo, el discurso del color de la piel como un determinante de clase: Este discurso sólo se considera lógico por algunas culturas y durante ciertos períodos históricos. Así,  hechos «biológicos» tales como la diferencia de color de la piel sólo tienen sentido cuando su significado social es útil para que otro «grupo biológico» justifique su tutela hacia el primer grupo. Un criterio que cambia cuando cambia el interés de ese grupo tutelar, por ejemplo en caso de guerra o de competiciones deportivas, donde la necesidad de ganar supera a la necesidad de discriminar.

Así, y como plantea Zizek, no hay cristianos,  judíos o negros, lo único que existe es un sistema de clasificación inducida por los intereses y temores de grupos sociales (Zizek, 2000). En consecuencia, podemos deducir que el intruso amenazante, el extranjero o el diferente, no son más que una proyección de los antagonismos sociales en que vivimos.

Por ello, en términos culturales y políticos, la relación entre significado y diferencia es la matriz que define un sistema de poder, ya que si hablamos de la relación de una persona con su condición de pertenencia a una clase determinada, a un origen étnico, género o inscripción religiosa, estamos hablando de una forma de dividir a la sociedad y desplazar al resto que no participa en esa definición. Entonces, se puede deducir que la diferencia o mejor dicho, la significación social de la diferencia, es en sí mismo un juego de poder. Por ello, el lugar en el que se asienta es esencialmente político en el sentido general del término.

En este juego, parece que el pensamiento moderno confió en que la forma en que el mundo se iba a conducir llevaría inevitablemente a la supresión de las diferencias, lo que estimuló en su momento los procesos de homogeneización, como los que señala Adorno al ver en su momento las intenciones de eliminación de las diferencias como razón de Estado (Adorno, 2005).

Por lo que podemos pensar que la forma en que actualmente una sociedad define y negocia las diferencias entre sus partes nos muestra la naturaleza de esa sociedad, sus valores y niveles de tolerancia. Donde la aceptación e incorporación de la diferencias es un signo de sabiduría y una demostración del nivel de democracia que una sociedad puede mostrar como atributo.

Al final, podemos llegar a que la identificación y la diferenciación son la base de la vida social y las historias, imágenes y mitos que esa sociedad expresa, son sus formas visibles y transmisibles.

©Sebastian Guerrini, 2012